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Sevilla. Sábado, 29 de marzo de 2008. 1ª corrida de
toros de feria. Casi tres cuartos de plaza en tarde apacible.
Seis toros de Palha, bien presentados, cumplidores en el caballo
y dificultosos y parados en distinto grado para los de a pie,
salvo el bravinoble quinto, ovacionado en el arrastre.
Pesos: 555, 569, 530, 505, 550 y 486 kilos.
El Fundi (Vuelta al ruedo y Oreja);
Jesuli de Torrecera (Silencio en ambos) y
Luis Bolívar (Silencio y Palmas).
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NO
ESTAR A LA ALTURA
Ni la corrida de Palha estuvo a la altura de Sevilla, ni el público
de la Maestranza a la altura de Bolívar, ni Jesuli de Torrecera
a la altura del quinto toro de la tarde. Éste podría
ser el destacado negativo de un festejo que arrojó, en
positivo, la afición y torera sapiencia de El Fundi y la
entrega y disposición del espada colombiano.
El encierro enviado por el ganadero lusitano desde “Heredade
de Adema”, antes de contribuir con su juego al esplendor
del festejo, fue un baldón sin casta ni alegría,
siempre a la defensiva y sacando semioculto peligro con un sentido
probón y taimado que puso, en más de una ocasión,
en dificultades a los toreros. Sólo lo salvó de
la quema, la seria pelea de Gatón, cinqueño y quinto
de la tarde, el cual se empleó con bravura en el primer
tercio y demostró clase y fijeza en la muleta hasta que
las dubitaciones de Jesuli le hicieron ponerse molesto y casi
terminar montándosele encima. Toro bravo y exigente, que
mereció mejor trato torero; mas insuficiente para tapar
el mal estilo y complicaciones del resto de sus hermanos.
El público de Sevilla, tan sabio a veces, tan receptivo
para captar esos detalles que sólo él sabe apreciar,
ha estado incomprensiblemente frío y distante con el valor
cabal y la entrega sobria y sincera de Luis Bolívar. Que
el peligro de su primer toro y su defecto de no humillar y echar
la cara arriba deslucieran las suertes no quita para valorar en
el torero su firmeza de ánimo y su porfía. Y peor
fue en el astifino y ofensivo sexto; toro tardo y soso, donde
el torero caleño puso toda la carne en el asador, dejándose
llegar las finas púas del burel a la frontera misma de
las taleguillas, para lograr estimables naturales que, como sus
pases cambiados de inicio, también pasaron desapercibidos
para la aburrida parroquia maestrante. Menos mal que, en ese toro,
la gente reaccionó premiando con una ovación de
gala un oportunísimo quite en banderillas del peón
Domingo Navarro, quien, por cierto, estuvo torerísimo y
lucido durante toda la tarde.
Mucho más grave es lo de Jesuli. Ayer tenía que
resolver su vida profesional y, lejos de estar a la altura de
las circunstancias, se cavó la fosa que puede enterrarlo
definitivamente. Siendo conmiserativo, se le podría perdonar
en parte sus dudas ante el corto viaje y la incierta embestida
de su primero –que le exigía cruzarse y no citar
al hilo del pitón como hizo siempre–, por la atenuante
de lo poco que torea. Pero lo del quinto no tiene justificación.
Se jalearon sus verónicas de saludo, donde ya el toro dejó
entrever su clase, y ahí podemos asegurar que acabó
su lucimiento. Tardó más de la cuenta en llevárselo
a los medios. Ligó tres derechazos y, al cuarto, pegó
un pingüi de aquí te espero. Comenzó a citar
fuera de cacho y a desinflarse a medida que el toro se crecía.
La faena discurrió por cauces que a nadie convencieron,
porque era el torero el primero que no estaba convencido, y acabó
con adornos que se pitaron porque ni venían a cuento ni
podían tapar el hecho lamentable de que el toro se le había
ido. Por desgracia, el toro y mucho más.
En los antípodas de la predisposición, oficio y
gallardía navegó la figura de El Fundi, torero curtido
en mil batallas, que atraviesa un momento de dulce equilibrio
entre la materia gris de su cerebro y los latidos de su corazón.
Técnica y valor, pundonor y recursos, madurez y afición,
se dieron la mano en El Fundi que pudimos contemplar ante los
toros lusitanos. Valga de borrón, el inicio de faena a
su primero por el pitón malo del toro, que ya se lo había
cantado en el capote. Ahí titubeó y no se encontró
a gusto; pero su predisposición lo llevó a echarse
la muleta a la zurda para comenzar a construir una faena que acabaría
con el toro dominado y toreado por ambos pitones. Y ante la guasa
del toro-burra que hizo cuarto –el cual estuvo a punto de
echárselo a los lomos en más de una ocasión,
para acabar sorprendiéndole y volteándole en los
estertores de la muerte–, resplandeció con total
plenitud su afición de torero. Porfió, porfió
y porfió, sin denuedo, sin aburrirse, sin importarle asumir
un riesgo que el toro no merecía, sin que ni yo creyera
que valiese la pena, hasta que al largarle el espadazo que lo
tiró sin puntilla, se unieran en nuestra mente todos esos
méritos y, en consecuencia, los pañuelos afloraran
demandando y obteniendo para él la primera oreja de la
feria. Una vez más, la torería y la afición
de el diestro de Fuenlabrada dictaban su lección magistral.
Ya estoy deseando verle con los miuras.
Santi Ortiz
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