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Sevilla.
Sábado, 5 de abril de 2008. 7ª corrida de toros de
feria. Lleno de “No hay billetes” en tarde bochornosa
y sin viento. Seis toros de El Ventorrillo, desiguales de presentación.
Segundo y sexto ovacionados en el arrastre y pitados tercero,
cuarto y quinto.
Pesos: 610, 550, 509, 565, 540 y 502 kilos.
El Juli (Oreja y Saludos);
José María Manzanares (Oreja y Saludos) y
Miguel Ángel Perera (Gran ovación y saludos tras
aviso y Dos orejas) Salió a hombros. |

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CRONICA DE SANTI ORTIZ |
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GANÓ EL TOREO
Me cuentan que los antitaurinos se habían manifestado en
los aledaños de La Maestranza en las horas previas a la corrida.
Y es una lástima que no hubiesen querido seguir manifestándose
dentro de la plaza asistiendo a la corrida; porque estoy seguro
de que tras verla muchos de ellos iban, cuando menos, a replantearse
su postura y a reflexionar sobre lo que es el toreo y lo que esconde
en su tuétano.
Esta tarde, los toreros aprovecharon el mínimo resquicio
dejado por los toros –uno por coleta– para brindarnos
el espectáculo del toreo. Tres estilos distintos, tres concepciones
diferentes, pero el mismo afán de triunfo y similar capacidad
para elevar la emoción del ARTE DEL TOREO a los tendidos.
Ante los parones, amagos y probaturas del primero, El Juli aunó
sinceridad, cabeza y corazón; seguridad y conocimiento, para
encarnar un compendio de lo que debe ser una auténtica figura
del toreo. Y lo hizo ante un toro que, sin firmeza, no le hubiese
pegado ni un pase y sin cabeza, tampoco. Rubricó su meritorio
quehacer con una estocada contundente y a sus manos fue a parar
la primera oreja de la tarde. Con el cuarto no tuvo opción
y sólo cabe reseñar otra magnífica estocada
de su rúbrica.
Manzanares enlotó en primer lugar el toro de más clase
del encierro hasta que se rajó. Con él consiguió
muletazos pleno de empaque y belleza; aunque sin que la faena lograra
la debida conjunción. Fueron los suyos muletazos bellísimos
en tandas irregulares ante un toro encastado y con transmisión,
que en las postrimerías de la faena dio en buscar tablas
y “cantar la gallina” de una mansedumbre hasta entonces
oculta, ya que fue el que con más bravura y clase embistió
a los caballos. Tras una estocada trasera y tendida, de la que el
toro tardó en doblar, Manzanares paseó la segunda
oreja de una tarde que empezaba a tomar derroteros triunfales. Sin
embargo, ahí iba a cambiar el signo de la corrida, pues ninguno
de los tres toros siguientes dio opciones a sus matadores, pese
a que Perera exprimió a su primero con una demostración
de suavidad, seguridad y solvencia que dejó flotando en el
ambiente la premonición de que en cuanto le ayudara mínimamente
un toro iba a formarle un lío.
Y en el sexto se cumplió el pronóstico. Era éste
un castaño bastito, ofensivo por delante y con cierta brusquedad
en su embestida que, por obra y arte de Perera, acabó convertido
en un toro pastueño, dócil y boyante. ¡Cómo
ha estado Perera en este toro! ¡Qué forma de torear!
¡Qué profundidad! ¡Qué hondura! ¡Qué
seguridad! ¡Qué arte! La faena ha sido un dechado de
virtudes desde su inicio en los medios con los pases cambiados por
la espalda hasta los remates ayudados por bajo que prologaron su
estoconazo; pero, entre las muchísimas virtudes que contuvo,
es obligado resaltar un ramillete de naturales de una pureza, un
temple y una belleza sublimes. Tanda cumbre de plaza puesta en pie
y monumento al pase natural, que no perdió ritmo en las siguientes
ni en el arrimón final que obligó de nuevo al público
a levantarse de sus asientos. Dos orejas caras, muy caras, y un
aviso a los navegantes de la Fiesta: ¡Ojo con Perera, porque
puede hacer saltar la banca del toreo! Vamos, que si los antitaurinos
se quedan a la corrida, son ellos los primeros en sacarlo a hombros.
Gracias a los tres matadores y a tres de los toros de El Ventorrillo,
de nuevo ganó el toreo y esta vez… ¡por goleada!
Santi Ortiz
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